Cuando era pequeña, podríamos decir que hasta los 12 años. el día de mi cumpleaños era para mí el mejor día del año. Me llevaba todo septiembre contando los días que faltaban para hacer en mi casa una fiesta de lo más normal pero que me hacía inmensamente feliz: mis hermanos, mi madre (mi padre trabajaba), mi madrina con su hijo, mi mejor amiga y yo. Algún año, ya con mis 13 o 14, invitaba a mi casa a más gente de mi pandilla y jugábamos a las tinieblas, algo que a día de hoy me sigue encantando. Pero en realidad con mis dos íntimos amigos de siempre me sobraba.
Cuanto más pequeña era, más me flipaban los regalos. Recuerdo ¡un single¡ de Gary Barlow (ex “Take That”) que lo deseaba con todas mis ganas desde antes de verano, cuando ahora con doble clic puedo conseguir de internet todo lo que quiera antes incluso de ser objeto de deseo. Recuerdo peluches, muñecas, joyeros y juegos que a partir de ese momento pasaban a entrar parte de mi mundo, apreciándolos como si fueran las cosas más bonitas que hubiera visto en mi vida. No me importaba que casi todo fuera del “todo a 100”, era algo nuevo y eso me ilusionaba.
La fiesta en casa consistía en la típica merendola con sus medias noches, sus ganchitos y sus gominolas. A la tarta (de nata con yema tostada, deliciosa!) le ponía velitas y me hacía la típica foto soplándolas mientras me cantaban, y cada año que cumplía era un año más mayor que me sentía, que para los niños era una sensación guay. En mi cumpleaños yo era la reina de la fiesta, la anfitriona de verdad, desde por la mañana hasta las 12 de la noche que, como una Cenicienta, bajaba al mundo real.
Una vez que creces, esas fiestas quedan lejos. Ya no te levantas deseando ir a la cocina para que te feliciten y que te den todos los regalos (empapelados, porsupuesto) como si fuese el día de reyes. Cuando ya tuve edad de salir por la noche hacía cumpleaños masivos, en plan invitar a 40 amigos a quedar para una juerguecilla. Para hacer un distintivo respecto al resto de las noches, hacía un montón de litros de sangría en casa y un bizcocho para llevármelo todo al lugar del botellón. Sin embargo, mucha gente se compraba su botellón porque subía más, así que al tercer año dejé de hacerlo. Había muchos colegas que, por ejemplo, se pasaban por el botellón a ver a quién veía, y de paso me felicitaban. Y si se aburrían, se iban con otros colegas sin el menor remordimiento. Por desgracia estas cosas ya las hacemos todos por costumbre...
La misma costumbre es que cuando eres mayor, a la mitad de la gente se le olvida comprarte un regalo, o te lo dan al mes porque al fin y al cabo, lo importante es que te compran algo. Hay regalos que se hacen sin la más mínima ilusión, y eso se nota. Ya felicitarte no es algo indispensable, porque todo el mundo tiene la cabeza en mil cosas y un despiste lo tiene cualquiera... Incluso ya eso de sentirte guay cumpliendo años deja de serlo, los años pesan! por lo que dejas hasta de celebrar tu día, que hace mucho dejó de tener magia.
El año pasado fue mi mejor cumpleaños desde hacía muchos años. Estaba sola en mi piso de Cádiz, y una de mis mejores amigas me preparó una fiesta con 3 amigos más de allí. Llegué de Sevilla de hacer un examen, y cuando entré por la puerta el salón estaba lleno de globos, una cena estupenda, una tarta y cuatro amigos preciosos con sus regalitos y tarjetitas correspondientes. Era la primera vez que me hacían una fiesta sorpresa, y me di cuenta de que no eran mis 40 colegas, ni eran los regalos más caros. Sólo era una fiesta como las antiguas, con todo hecho con mucho cariño, cuidando todos los detalles, y donde me di cuenta de que al menos ese 13 de septiembre del 2005, a cuatro buenos amigos les importé mucho, porque le hacía verdadera ilusión sorprenderme. Y me emocioné un montón.
Mañana hará un año desde aquella fiesta, y por desgracia estaré desde las 8 de la mañana entre apuntes con un amigo en la biblioteca. Menos mal que al menos iré a comer con mis hermanas, que por suerte es algo que me sigue haciendo feliz!
1 comentario:
¡Vaya! Siento no haber podido demostrarte mediante regalos y fiestas que a mí también me importas.
¿O a mi no me hace falta demostrarlo?
Tal vez ese sea otro tema sobre el que se puede filosofar en un blog.
Un beso.
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