sábado, febrero 03, 2007

Sobre mezquitas y acueductos

Con el permiso de A. Pérez Reverte y del semanal XL, hago un copy-paste de su última publicación. Es la segunda vez que lo hago, pero esque adoro las columnas de este señor y su forma de escribirlas:

"Sé, sin que saberlo tenga mérito alguno, cómo acabará la polémica sobre el uso islámico de la catedral de Córdoba. Estando como estamos en España, y por muchas pegas que se pongan al asunto, todo será, tarde o temprano, como suele. Aquí es cosa de tener paciencia y dar la murga. Por eso apuesto una primera edición de El Guerrero del Antifaz a que, en día no lejano, veremos a musulmanes orando en la antigua mezquita árabe. Tan seguro como que me quedé sin abuela. Estamos aquí, señoras y caballeros. En la España pluricultural y polimorfa marca ACME. Donde todo disparate y estupidez tienen su asiento.

A ver si me explico. Si yo fuera musulmán –cosa imposible, porque me gustan el vino, los escotes de señora, el jamón de pata negra y blasfemar cuando me cabreo– pediría eso y más. Como acaba de hacer, por ejemplo, la federación de asociaciones islámicas, exigiendo que la Iglesia católica devuelva el patrimonio musulmán; o los descendientes de moriscos –échenle huevos y háganme un censo–, obtener la nacionalidad española. En un mahometano que se tome a sí mismo en serio, o le convenga parecer que se toma, todo eso sería normal, pues los deseos son libres. El problema no está en los que piden, que están en su derecho, sino en los que dan. O en la manera de dar. O en la manera cobarde, acomplejada, en la que cualquiera que tenga algo público que sostener en España se muestra siempre dispuesto a dar, o a regalar, con tal de que no le pongan la temida etiqueta maléfica: reaccionario, conservador o antiguo. En un país tan gilipollas que hasta los niños de las escuelas tendrán una asignatura que los adiestre para el talante y la negociación, donde en boca del presidente del Gobierno un terrorista asesino que desea salir del talego es un hombre de paz, donde hasta un tertuliano de radio puede decir, sin que nadie entre sus colegas lo llame imbécil, que a los españoles les sobra testosterona y ya va siendo hora de reivindicar la cobardía, lo absurdo sería no ponerse a la cola y pedir por esa boca pecadora. Faltaría más. La mezquita de Córdoba, o el acueducto de Segovia por parte del alcalde de Roma. Y si cuela, cuela.

No voy a ser tan idiota como para pretender explicar lo obvio: las iglesias tardorromanas o visigodas anteriores a las mezquitas árabes, los ocho siglos de afirmación nacional, etcétera. Sólo argumentarlo es dar cuartel a quienes utilizan nuestra bobería como arma. Lo que quiero destacar es el hecho invariable del método. En España, basta que alguien plantee una estupidez de grueso calibre, sea la que sea, para que, en vez de soltar una carcajada y pasar a otra cosa, siempre haya gente que entre al trapo, debatiéndola con mucha seriedad constructiva, con el concurso natural de los malintencionados y de los tontos. En eso vamos a peor. Hasta hace poco sólo soportábamos a los paletos de campanario de pueblo empeñados en reducir el mundo al tamaño del rabito de su boina. Pero en vista del éxito, todo cristo acude ahora a mojar en la salsa. A qué pasar hambre, si es de noche y hay higueras.

Por eso digo que acabarán orando en Córdoba. Tienen fe, poseen el rencor histórico y social adecuado, y han tomado el pulso a nuestra estupidez y nuestra cobardía. Tampoco merece conservar catedrales quien no sabe defenderlas: no por motivos religiosos –dudoso argumento de tanto notable chupacirios–, sino porque esas catedrales construidas sobre mezquitas o sinagogas, que a su vez lo fueron sobre iglesias visigodas asentadas sobre templos romanos o lugares sagrados celtas, son libros de piedra, memoria viva de lo que algunos todavía llamamos cultura occidental. Un Occidente mestizo, por supuesto, como siempre lo fue; pero con cada uno en su sitio y las cosas claras. Como ya escribí alguna vez, hicieron falta nueve mil años de memoria documentada desde Homero, dos siglos transcurridos desde la Revolución francesa llenos de sufrimiento y barricadas, y unos cuantos obispos llevados a la guillotina o al paredón, para que una mujer goce hoy en Europa de los mismos derechos y obligaciones que cualquier hombre. O para que yo mismo tenga derecho –lo ejerza o no– a escribir «me cago en Dios» sin que me metan en la cárcel, me persigan o me asesinen por blasfemo. Quien olvida eso y se la deja endiñar en nombre del qué dirán y el buen rollito, merece que le recen en Córdoba o lo pongan mirando a La Meca. Y que cuando su legítima pase con falda corta frente a la mezquita-catedral, símbolo de la multicultura, del todos somos iguales y del diálogo de civilizaciones, otra vez la llamen puta."

domingo, enero 14, 2007

Altruismo

Altruismo. Existe realmente? Quién no se ha preguntado esto alguna vez? Siempre he pensado igual, y supongo que nadie me lo negará: todo lo que se esconde detrás de las limosnas, favores desinteresados y labores en las misiones es egoísmo puro. Claro que, el egoísmo de “yo miro por mí y los demás que se busquen las habichuelas” no está socialmente aceptado, porque a todos nos gusta (por egoísmo también) que se nos eche una mano.

Hasta aquí no creo que haya descubierto América. Lo curioso es lo que he leído en el MUY INTERESANTE del mes pasado, y son los motivos del altruismo. Tanto en animales como en humanos, cuanto más cercano sea el parentesco familiar, más alto será el grado de altruismo porque más probabilidad habrá de que nuestros genes sobrevivan más generaciones. No es fascinante? Imagino yo que aquí entrará el tema del instinto maternal. Dicen que una madre es capaz de sacar energía de donde no la hay para sacar a su hijo de un peligro, una energía que dudo que le salga con el primo del panadero. La cara vista es que, indudablemente, nuestros hijos son lo que más queremos en el mundo y es verdad. La cara oculta es que sin nosotros ser consciente de ello, hacemos lo posible por perpetuar nuestra especie, y más concretamente nuestros genes. Esto, dicen los científicos, también es verdad.

La segunda justificación a un comportamiento “sin recompensa” es la reputación de cada uno. El hecho de que una buena obra sea reconocida a nivel social hace que seamos más altruistas. Nos encanta decir que somos donantes de sangre, que hemos apadrinado a un niño o que hemos pasado el verano en un campo de trabajo plantando árboles. La cantidad de famosos que salen en la tele visitando a los niños africanos! ¿los visitarían si nadie se enterara de ello? Un experimento llamado “efecto Kismet” demostró cómo la gente donaba un 30% más por el hecho de tener presente un robot con un par de ojos! Y seguramente, si publicaran cada día una tira de fotos de todas las personas que, por ejemplo, reciclan, esto nos motivaría para ser más ecologistas.

Cuando se trata de ayudar a personas, aumentan las probabilidades de que sea un “hoy por ti, mañana por mí”. Una persona que, por ejemplo, sea creyente, encontrará su recompensa en la salvación que Dios le dará en la otra vida, ya que Dios tendrá en cuenta lo generoso y sacrificado que es en el mundo terrenal. Porqué cuando estamos locamente enamorados somos capaces de cualquier cosa por conseguir a la persona amada? Porqué la tratamos mejor que a ninguna persona en el mundo sin querer recibir nada a cambio? Pues porque a fin de cuentas, la recompensa será sentirnos amados por esa persona. Y sino, porqué dejamos de desvivirnos cuando esa persona nos rechaza o simplemente deja de gustarnos? Porque ya no interesa.

Por si todo esto fuera poco, una obra altruista en ocasiones nos produce un efecto físico: segregan la “hormona de la felicidad”, las endorfinas (las mismas que segregamos con el orgasmo, con el deporte o con las carcajadas). Claro que depende de la acción, ya que no es lo mismo llevar unas pilas a reciclar que ir a recoger chapapote a Galicia.
Asumámoslo: lo malo no es ser egoísta. Lo que es castigado es hacer cosas egoístas que no casan con las normas sociales. Las que sí casan, no son consideradas egoístas.

martes, enero 02, 2007

La tradición de las uvas

Desde los inicios del Imperio Romano, enero estaba dedicado al dios bifronte Janus, que mira delante y detrás: al año que se va y al principio del que viene, por eso le representaban con dos rostros, uno barbudo y viejo y el otro jovencito. Los romanos invitaban a comer a los amigos y se intercambiaban miel con dátiles e higos para que pasase el sabor de las cosas y que el año que empezase fuese dulce. Esta vieja costumbre romana fue poco a poco entrando en Europa, donde con la misma finalidad venturosa comenzaron a ofrecerse lentejas, de las que se dice que propician la prosperidad económica del año que empieza. En la Edad Media la Iglesia trató de oponerse a las viejas costumbres, pero no consiguió extirpar la atmósfera disipada de, la noche de San Silvestre, que se mantuvo como la última isla pagana de las doce noches navideñas (las comprendidas entre la Navidad y la Epifanía), que la Iglesia consideraba como periodo de renovación para mejorar el año venidero. La cena de Nochevieja, el 31 de diciembre, empezó a convertirse en una festividad de moda desde principios del siglo XX. A diferencia de la cena de Nochebuena, se trata de un rito de carácter público que se celebra entre amigos, en casa de alguno de ellos o en algún establecimiento hostelero.
En España, la tradición de despedir con uvas el año parece ser que data de 1909.

Pues eso, que si no nos comemos las uvas tampoco nos traerá mala suerte, porque es lo mismo que si yo me invento mañana que en lugar de 12 uvas hay que bailar 12 sevillanas.

tradiciones

FIN DE AÑO
Desde los inicios del Imperio Romano, enero estaba dedicado al dios bifronte Janus, que mira delante y detrás: al año que se va y al principio del que viene, por eso le representaban con dos rostros, uno barbudo y viejo y el otro jovencito. Los romanos invitaban a comer a los amigos y se intercambiaban miel con dátiles e higos para que pasase el sabor de las cosas y que el año que empezase fuese dulce. Esta vieja costumbre romana fue poco a poco entrando en Europa, donde con la misma finalidad venturosa comenzaron a ofrecerse lentejas, de las que se dice que propician la prosperidad económica del año que empieza. En la Edad Media la Iglesia trató de oponerse a las viejas costumbres, pero no consiguió extirpar la atmósfera disipada de, la noche de San Silvestre, que se mantuvo como la última isla pagana de las doce noches navideñas (las comprendidas entre la Navidad y la Epifanía), que la Iglesia consideraba como periodo de renovación para mejorar el año venidero. La cena de Nochevieja, el 31 de diciembre, empezó a convertirse en una festividad de moda desde principios del siglo XX. A diferencia de la cena de Nochebuena, se trata de un rito de carácter público que se celebra entre amigos, en casa de alguno de ellos o en algún establecimiento hostelero.
En España, la tradición de despedir con uvas el año parece ser que data de 1909.

Pues eso, que si no nos comemos las uvas tampoco nos traerá mala suerte, porque es lo mismo que si yo me invento mañana que en lugar de 12 uvas hay que bailar 12 sevillanas.